El síndrome del nombrado

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Por: José Francisco Peña Guaba

El síndrome del nombrado se revela de manera característica, como una enfermedad o cuadro patológico determinado provocado por una designación o nombramiento del Gobierno, principalmente cuando es por “decreto.”

A todos nos ha pasado que un compañero, a quien creímos amigo sincero, o hasta familiares cercanos, después de haber accedido a un puesto público de cierta importancia, cambian sus actitudes y la forma de dirigirse a nosotros, a veces hasta de manera radical. Diversos expertos han explicado las razones que podrían explicar el hecho de que un individuo cambie su personalidad desde el momento en que es “nombrado”. Los estudios revelan que sí se ha comprobado que la mayoría de las personas, cambian su forma de ser al posicionarse como jefes, ejecutivos o gerentes.

“Es como si se olvidaran de dónde vienen y de cómo llegaron a obtener cierto nivel”. Es común ver cómo las personas actúan de manera tan diferente a como lo hacían, cambiando de mascara dependiendo con quien estén, ajustándose al ámbito en el que se encuentren. Ese comportamiento se debe a que la persona, en algunos casos, se ve en la necesidad de ser reconocida y aceptada, por ende, cambia.

En nuestro país ese síndrome tiene rasgos muy particulares, propios de nuestra idiosincrasia exhibicionista, que hace del cambio de la personalidad, algo folclórico y ridículo a la vez, porque los designados a horas de recibir “sus decretos”, hablas con ellos y son otros, por lo menos parecen ser otros, como si el sólo hecho del nombramiento los hubiera transmutado en seres diferentes.

En tan anecdótica trayectoria los nombrados suelen ser tan pintorescos en su accionar que, la gente termina mofándose de ellos, por sus risibles actitudes. Veámoslo en el siguiente “decálogo de la ridiculez.”

1ero.- El nombrado, desde que lo nombran, cree que cambió su “status” y por eso, inmediatamente o lo antes posible, debe cambiar de casa, mudarse de barrio, de vestir, de vehículo – ¡el que tiene, si lo tiene, ya no está a su nivel!- y cambia hasta de mujer, en el caso de los hombres, porque se la encuentran vieja y fea para la ostentación de su nuevo cargo.

2do.- Por su nueva posición ya no pueden mantener las mismas relaciones, porque esas ya no están a su nuevo nivel. Comienzan a distanciarse de compañeros, amigos y hasta de su familia. Sólo se salvan los de su casa, pero los conminan también a realizar algunos cambios para adecuar sus vidas a su nuevo “status.”

3ero.- Al recién nombrado le molestan las relaciones con “los de abajo”, que van “a molestar” a su casa y no desea que le recuerden cosas del pasado o que lo llamen por alias o apodos, porque eso le resta y lo ofende. Se hacen llamar Jefe, Director o Ministro, como si nombre no tuvieran. El que ose llamarlos de otra manera o de manera campechana, lo ven mal “por confiansú.”

4to.- El nombrado cambia de teléfono para que nadie lo moleste y aduce que es que le asignaron otro aparato y número. Como ya no tiene tiempo porque siempre está ocupado, todo el que lo quiera ver tiene que someterse al protocolo de pedirle una cita, que en algunos casos no autoriza, y si alguien le reclama dice que tiene que ser así porque ahora “lleva una agenda” y su tiempo “es muy limitado.”

5to.- El nombrado sufre también de “amnesia selectiva”. Se olvida inmediatamente o muy rápido de a quien él le debe o de quienes le hicieron favores, porque no hay nadie más “desagradecido” que un funcionario. No le interesa el pasado, “borra ese disco duro” y sólo se interesa por el presente y el futuro. Entiende que la gente le debe a él, no al contrario. No hay cosas que le moleste más a un nombrado que le hagan cuentos de cuando estaba “en olla” o que le enseñen fotos acompañados de quienes hoy “no están a su nivel.”

6to.- Los nombrados sufren casi todos, aunque sean jóvenes “un comienzo de Alzheimer”, siendo uno de los primeros signos “la pérdida de la memoria”: se olvidan de compromisos, de acuerdos o pactos con tal de no cumplirlos y cuando se los recuerdan, aducen que “ahora no hay condiciones”, “espérate un tiempo que estamos en eso”, o “tú sabes que eso no depende de mí”. Algunos tienen a la boca el conocido “te tengo presente y te llamo” o el “yo te cumpliré más adelante, tú sabes que acabo de llegar al puesto y me estoy organizando”. Pero en todos los casos, lo raro es que alguien cumpla lo acordado.

7mo.- Como por arte de magia el nombrado deja de ir a los lugares donde antes frecuentaba, porque no están a su nivel. Ahora resulta que “ese lugar es muy feo”; si es de comida, que “cocinan muy malo”, si es una barbería, “ahí no pelan bien”. Tampoco vuelve donde el colmadero del barrio porque ahora compra en supermercado. Si tenía “un embullo” o una noviecita que le hacía favores sentimentales, a lo sumo la mandan a nombrar para que no lo mencionen, pero no le toman más el teléfono porque “está acabada y parece una cacata” y ya el recién nombrado “no come vidrio.”

8vo.- El nombrado podía ir a tu casa siempre, te comía la comida, los tragos, etcétera. Pero, desde que es designado jamás vuelve y si te ve por casualidad te dice algo como “hermano discúlpame que he estado muy ocupado, pero yo paso para allá”. Les recomiendo que se compren un sillón para que lo esperen porque tendrán que esperar 4 años, cuando pierdan, para volverlos a ver.

9no.- Cuando los recién nombrados se ven compelidos a darte la cara y les haces una solicitud o recordatorio de algún acuerdo, por lo general responden así: “Tú sabes que las cosas han cambiado, eso ya no se puede, déjame consultarlo más para arriba”, o alegan que “me tengo que cuidar, que me están velando” y otros, más alterados, llegan a decir que “tú no eres mi amigo, tú lo que quieres es que yo fracase”. En casos menos conflictivos suelen pretextar que “se me ha hecho difícil buscar un espacio porque no he podido cancelar”, o “no te pude cumplir porque la posición que yo te tenia me mandaron uno del palacio”. El más frecuente puede ser el ya famoso “tranquilo que yo te cumplo” (aunque mejor inquiétese, porque tranquilo está el que ya resolvió).

10mo.- Si un designado te ve, te busca o te visita es que necesita algo o busca que tú lo apoyes en una aspiración futura. Son tan “fueltes esos verdugos” que no te han cumplido los compromisos viejos y ¡ya te quieren enredar en uno nuevo! Son descarados e irresponsables de marca mayor, que desarrollan adquieren una ausencia de culpa que los hacen únicos, que les permite burlarse con descaro del esfuerzo ajeno. Lo más común es que digan, para quedar bien, “yo voy a hablar con el hombre” para recordarle el compromiso “pero tú sabes que no está en mis manos, porque si estuviera ya lo habría resuelto.”

Cómo se sabe, a quien designan en un puesto público en este país se vuelve como loco, cualquier carguito lo marea y cree que eso no se acabará; andan con cuchumil guardaespaldas, como si corrieran peligro sus vidas y con tantos asistentes como sea posible, no porque en verdad los necesiten sino porque de lo contrario no hacen “bulto”, no se sienten bien, no satisfacen ese deseo irrefrenable de exhibicionismo. Lo que parecen necesitar en verdad es que todo el mundo sepa que él es un jefe, que hay que respetarlo y que en el Palacio él está más pegado que un chicle. Comentaba a un grupo de amigos que los nombrados, con sus rarísimas excepciones, nada más saben pedir favores cuando están abajo … y reciben mil pero no reciprocan ni uno. Dígamelo a mí, que en 14 años que estuve en el gobierno ayudé a miles e hice todo tipo de favores, pero no he recibido ni una menta, ni un empleo para algún compañero, ¡ese es nuestro País!

Los funcionarios deben entender que los cargos son prestados y que se confieren bajo riesgo de una firma presidencial; que este es un “paisito” enclavado en las 2/3 partes de una isla, que todos nos conocemos y que el que actúa con prepotencia, altivez y olvido siembra vientos y llegado el momento de sus horas bajas, cosechará tempestades.

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