Gómez Pepín, paladín de la libertad de prensa

No hay un reportero de la vieja o nueva generación que no conozca un cuento del indómito viejo roble del periodismo don Radhamés Gómez Pepín, como el que nos hizo a un grupo de más de 20 periodistas en el Palacio Nacional. Fue sobre un susto que pasó con el dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina.

Nos hizo la historia, con mucha picardía y gracia, luego de un homenaje que le realizó el presidente Leonel Fernández por su fructífera trayectoria en la comunicación. Gómez Pepín era el periodista asignado a Trujillo por El Caribe en el momento de tensión entre la dictadura y la iglesia católica.

En La Vega, el 25 de enero de 1960, monseñor Francisco Panal leía la carta pastoral denunciando los atropellos de la dictadura. Trujillo se mantuvo tranquilo, escuchando atentamente. Luego, según Radhamés, del lado de las personalidades del régimen, sentadas en primera fila, se oyó uno que dijo: “¡Oh, pero que curita más fresco!”

El osado sacerdote, no conforme con leer la homilía, acudió donde estaba el Presidente y le entregó el controversial documento, diciéndole: “Tenga, jefe, para que la lea detenidamente en su casa y reflexione lo que aquí se plantea”.

El férreo dictador se marchaba de la iglesia, pero fue detenido por Gómez Pepín. Y le preguntó si iban a publicar la carta pastoral en la prensa. Él, viejo zorro al fin, respondió la pregunta con otra pregunta: “¿Y tú,  qué crees que se debe hacer?”. Radhamés aconsejó que se publicara, que eso no era nada y que peor era censurarla.  Trujillo respondió: “Pues publíquenla”.

Todo lo que se publicaba tenía que pasar por el cedazo del dictador, lo tenía que leer el propio sátrapa o alguien de confianza asignado para esa tarea. Era costumbre que todas las noches se imprimiera un primer periódico para llevárselo para que diera su autorización. “Yo no era trujillista, Trujillo era mi jefe”, bromeaba  Gómez Pepín, en alusión a que vivía recibiendo órdenes y en contacto directo con “El Jefe”.

Su carrera se debe dividir en tres. Primero al servicio de la dictadura más sanguinaria del continente. Luego, desde El Caribe, un diario ultra conservador que conspiró contra el gobierno liberal del profesor Juan Bosch: propició y apoyó su golpe de Estado.

La tercera etapa de un periodista maduro que  durante los 12 años del gobierno de Joaquín Balaguer asumió la defensa de los Derechos Humanos y su colaboración con los presos políticos.

La ira de Caamaño

El  líder de la Revolución de Abril, Francisco Alberto Caamaño, encolerizado,  intentó incendiar las instalaciones de los periódicos El Caribe y Listín Diario, dirigido por Rafal Herrera. Gómez Pepín estaba a cargo del Caribe, su director, Germán Emilio Ornes, estaba fuera del país.

Los ciudadanos  asaltaban los quioscos de vender periódicos,  los quemaban o rompían. El primo de Caamaño, Claudio Caamaño, me contó que impidió que incendiaran varios vehículos del Caribe. Convenció al líder constitucionalista que no era patriótico incendiar las instalaciones de ningún diario.

El malestar fue provocado porque publicaron la vulgar mentira de que en la Batalla del Puente Duarte los patriotas constitucionalistas fueron derrotados. La idea del Listín y del Caribe fue desmoralizar a los combatientes publicando mentiras, atribuyendo una supuesta victoria del general  Elías Wessin y Wessin. Decían que los revolucionarios huyeron en desbandadas y se asilaron en diferentes embajadas.

El Caribe no envío a ningún reportero al frente de batalla. El Listín mandó al periodista Luis Reyes Acosta, considerado por Caamaño como valiente. Arriesgó su vida para poder hacer una crónica que diga la verdad. Claudio narra que el reportero sufrió un gran desencanto: su historia no se publicó, sino que, siguiendo órdenes de la embajada estadounidense, se dio a conocer un reportaje tergiversado. Lo peor de lo peor fue que el reportaje falso salió con la firma de Reyes, único corresponsal que tuvo en el lugar.

Ocurrió que, al enterarse el coronel Caamaño  que iban a publicar esas falsedades, visitó las instalaciones del Listín y explicó a Herrera todos los pormenores del combate del puente. El líder revolucionario y su primo conversaron por teléfono con Gómez Pepín. “Son unos bandidos y serviles…”, dijo Francisco Caamaño, en referencia a Radhamés y Herrera. Ambos periodistas terminaron sus días como paladines de la libertad de prensa. El hombre no es como comienza, sino como termina. Autor: Roberto Valenzuela