¿Vivimos en una sociedad adicta?

Por Emilia Santos Frías

Estamos contestes de que las relaciones no deben definirse por algún tipo de dependencia; cualquier forma de ella es destructiva. Ella mata la intimidad. La acotación es necesaria ante la visible desintegración familiar; falta de responsabilidad de este núcleo social para con sus integrantes y la sociedad en general, y el visible entusiasmo que manifiesta la presente generación por lo fácil. Amén de la intolerancia ante el sufrimiento ajeno; la falta de solidaridad, entre otros factores que citaremos en las presentes líneas, los que, de acuerdo a estudiosos de la Psicología Humana, fomentan en el ser humano actualmente, más dependencias que el narcotráfico.

Es por ello, que Anne Wilson Schaef en su obra Recobra Tu Intimidad, Cómo Superar la Adicción a las Dependencias Afectivas, inquiere si vivimos o no en una sociedad adicta, concluyendo que tal parece que sí. Hace la afirmación y además expresa que “todos vivimos expuestos a un proceso de adicción y hemos sido educados en su seno”, es decir, que la cultura de lo aprendido nos puede llevar a esta enfermedad individual y social.

“En una sociedad adicta lo que se nos ha enseñado como habilidades de relación es a crear correlaciones, y ellas representan falsedad, engaño”. Sencillamente codependencia es enfermedad psicológica, pero, ¡albricia, estas tienen cura!, deben ser tratadas con la misma importancia que una adicción de ingestión: alcohol, tabaco, comida; glotonería…”, la aserción y recomendación también las hace la Psicología Humana. “Tenemos adicciones favoritas, de una específica alcanzamos otra subyacente; las vencemos, recobramos la sobriedad y buscamos otras.

Por ejemplo, adicción al trabajo, al dinero; a las relaciones sentimentales; aventuras; religión; política; deporte o ejercicios físicos, a la lujuria; al sexo; juego; Internet…, donde los procesos de dependencia son sutiles y engañosas, más que en la dependencia de sustancias químicas, pero igual de destructivas y fatales para las familias, instituciones y sociedad en general.

Para enfrentar las dependencias hay que admitir que las tenemos; identificar ¿qué las produce? y ¿cómo se producen? Esto así, porque a decir de Schaef, contrario a lo que se pueda creer, no son agresivas; están integradas sutilmente, siendo seductoras a las personas, y mediante este conducto generan enfermedades progresivas de consecuencias fatales, insiste la autora.

 “Las dependencias destruyen a quien las poseen y a quienes les rodean. Estas son sutiles, sostenidas culturalmente, porque se relacionan con nuestra cultura y a la vez son incitadas por ella, por eso, hay que entenderlas como lo que son: adicciones, para así poder abordarlas de formas distintas y encaminarnos al proceso de recuperación”. Pero este paso amerita el acompañamiento de personas expertas en la conducta humana.

Todas las dependencias tienen las mismas características que las adicciones, testifica la citada autora. “Son progresivas y fatales, porque arruinan la vida de quien las sufre; de las instituciones, familias y a la sociedad entera. Convierten a su presa en personas controladoras, falsas, absortas en sí mismas; exigentes; perfeccionistas, confundidas; aisladas; disfuncionales; pudiendo abandonarse, presentar deterioro ético, moral y espiritual. Sufren profundamente, volviéndose impotentes respecto a sus vidas, hasta evitar intimidad; no saber qué hacer para mantener y conservar relaciones sanas; crear conexión; hacer amigos, escuchar…”.

Por eso, lo sensato al identificar que se vive con estas enfermedades, es acudir ante un-una estudioso-a de la conducta humana para lograr vivir una vida en salud física y mental.  “Para ser íntimo de otra persona debemos estar dispuestos a ser espirituales con nosotros mismos”. A sabiendas de que, “las dependencias constituyen una elusión de la intimidad de uno mismo”. Para enfrentar estas adicciones sociales o comportamiento impulsivo repetitivo, tendríamos que hacer grandes cambios en los enfoques de la Publicidad masiva; eliminar anuncios sexualizados; reducir manipulación y control…

De igual forma, las iglesias deben abrirse a nuevas construcciones sociales que garanticen oportunamente derechos fundamentales, humanos, medioambientales. Deconstruyendo así culturas invisibilizadoras antiquísimas, como el machismo y la desigualdad, que sólo conculcan el desarrollo del ser humano.

Para llegar a la curación también hay que afrontar la industria de cosméticos, de ropa, licores, cirugías estéticas…, para hacer que la apariencia sea menos predominante en el ser humano y los valores como la cooperación, solidaridad, colaboración…, sean accionados de forma oportuna y genuina. Aunque esto parezca quimera, por lo que implica luchar con este Goliat. “Cuando maduramos como persona, lo hacemos como nación y evoluciona la cultura”.

Como se aprecia, la recuperación necesita cambios en el sistema cultural, mientras identificamos y resolvemos a nivel individual nuestras inseguridades, soledad, ausencia, inadecuación o incapacidades como inicio de verdadera reparación, que ante todo debe ser espiritual. Esto así porque, toda relación sana se basa en que cada persona tiene una relación consigo misma: trato con el propio ser.  Valora y comparte sus esperanzas y miedos, siempre respetando las fronteras de sus semejantes. Eso constituye amor y este no debe ser manipulado; es un regalo del Padre creador, de la vida, de quienes sienten por nosotros afectos.

Sin duda alguna, para estar sanos, crear y mantener relaciones sanas, debemos apoyarnos recíprocamente, vivir en proceso; activos, sirviendo. Expertos de la conducta humana concluyen que no existe curación a dependencias, sin que haya transformación interna, sin replantearnos la propia existencia, metas, logros, objetivos y aportes que podemos hacer a la vida en sociedad. ¡Tu salud es valiosa, presérvala!

Hasta la próxima entrega

La autora reside en Santo Domingo

Es educadora, periodista, abogada y locutora.

santosemili@gmail.com