RD conmemora el 55 aniversario ajusticiamiento Trujillo

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Santo Domingo, RD.-El pueblo dominicano conmemora este 30 de mayo, el 55 aniversario del ajusticiamiento del dictador Rafael Leonidas Trujillo, un acontecimiento que tuvo lugar gracias a la conspiración de diversos grupos (de acción, político y militar), que tuvieron la responsabilidad de ajusticiarlo.

Luego del ajusticiamiento el plan era proceder a una segunda fase que consistía en apresar a la familia Trujillo y sus principales seguidores con el fin de provocar un cambio en la cúpula política y militar del régimen.

Dentro de los grupos que conformaban el complot, el llamado “grupo de acción o de la avenida”, era el responsable de llevar a cabo la ejecución del tirano. Los principales líderes de la conjura habían obtenido la información de que cada miércoles Trujillo, habitualmente, viajaba a su pueblo natal y sobre la base de ese dato confiaron en que la delicada y arriesgada misión tendría lugar a mediados de semana.

Pero el destino quiso que tal acontecimiento sucediera un martes, circunstancia fortuita que provocó que por lo menos tres de los miembros originales del grupo de acción se vieron imposibilitados de participar en el tiranicidio.

El grupo de acción que iría a la avenida estaba integrado por nueve personas, que se distribuirían en tres vehículos, pero en vista de que fue necesario actuar con inusitada precipitación antes del día previsto, solo siete de los hombres que tenían la encomienda de fulminar a tiros al tirano se encontraban disponibles en la ciudad de Santo Domingo.

Estos fueron Antonio de la Maza, Antonio Imbert Barrera, Salvador Estrella Sadhalá, Amado García Guerrero, Pedro Livio Cedeño, Huáscar Tejeda Pimentel y Roberto Pastoriza Neret, quiens, por lo menos en tres ocasiones (los días 17, 24 y 25 de mayo), intentaron fallidamente enfrentarse al dictador, que extrañamente varió su itinerario en cada ocasión.

Tan pronto Antonio de la Maza recibió la noticia de que esa noche “el hombre” iría a San Cristóbal, procedió a verificar que la misma era fidedigna, y tras determinar que no disponía de tiempo suficiente para la reflexión pausada, para la planificación cautelosa y mucho menos para tratar de congregar a todos los que debían participar en la emboscada; sin pérdida de tiempo, contactó a los integrantes del grupo de acción accesible en la capital.

De la Maza, con no disimulada precipitación logró convocar a seis compañeros –algunos personalmente y otros por teléfono–, a los cuales advirtió que la hora decisiva había llegado, y que las circunstancias exigían pasar de la teoría a la acción.

Dos horas después (Robert Crasweller estimó que hacia las 7:00 de la noche), el teniente García Guerrero se comunicó por teléfono con el ingeniero Pastoriza y le aseguró que había confirmado que el hombre saldría esa noche fuera de la ciudad capital. Pastoriza, a su vez, debió contactar a su íntimo amigo, el ingeniero Huáscar Tejeda (que previamente había sido localizado por De la Maza), y de esa manera las personas claves de la conspiración fueron recibiendo la información, como la calificó uno de los héroes.

Una vez en la avenida, en las cercanías de la Feria Ganadera, hacia las 8:30 de la noche, los miembros del “grupo de acción” se repartieron las armas y de inmediato decidieron separarse para esperar por su presa, conforme a un croquis que para tales fines había elaborado el ingeniero Pastoriza.

De acuerdo con el plan original, dos de los vehículos debían esperar por una señal de luces para bloquear la autopista y así obligar al carro del dictador a detenerse, de suerte tal que el auto persecutor pudiera alcanzar el blanco entre dos fuegos.

En el primer auto, estacionado en las proximidades del Teatro Agua y Luz, en dirección oeste-este, viajaban Imbert Barrera, conductor; De la Maza, quien ocupaba el asiento derecho delantero; Estrella Sadhalá y el teniente García Guerrero, quienes iban sentados detrás. En un segundo carro, estacionado a 4 kilómetros de la Feria Ganadera, también en dirección oeste-este, se encontraban el ingeniero Huáscar Tejeda y Pedro Livio Cedeño; mientras que el tercer automóvil, que se aparcó en el kilómetro 9 de la autopista en dirección hacia San Cristóbal, lo conducía el ingeniero Roberto Pastoriza.

Trujillo viajaba en el asiento trasero de su Chevrolet azul celeste, modelo 57, contiguo a la puerta posterior derecha. En el interior del vehículo había tres ametralladoras, además de la pistola de reglamento que portaba el chofer. Trujillo también tenía un revólver calibre 38, así como el maletín que acostumbraba llevar consigo, repleto de dinero.

Tan pronto los cuatro conjurados avistaron el carro del déspota, se prepararon para perseguirlo. Con cierta premura encendieron el motor de su auto, hicieron un giro y de inmediato enfilaron en dirección este-oeste tras la presa. En el momento en que el vehículo conducido por Imbert Barrera se colocó paralelo al de Trujillo, De la Maza y García Guerrero dispararon sus armas creyendo, erradamente, que habían fallado en su primer intento; pero en realidad no fue así. El disparo de escopeta que hizo De la Maza dio en el blanco y resultó ser mortal para El Jefe.

Ante el inesperado ataque, el chofer de Trujillo frenó bruscamente provocando que el automóvil manejado por Imbert lo rebasara velozmente.

Fue entonces cuando Imbert (urgido por De la Maza) giró en “U” aceleradamente y se situó a unos 15 metros de distancia del objetivo. De inmediato los cuatro ocupantes del vehículo atacante se desmontaron, armas en mano, dando así inicio a un intenso tiroteo que, según apreciaciones de expertos militares, duró aproximadamente diez minutos. Trujillo y su chofer también salieron del vehí- culo, detenido en medio del paseo central de la avenida en posición diagonal (pues De la Cruz quiso intentar un giro a la izquierda para regresar a la capital). Una vez fuera del carro, y parapetados detrás del mismo, el capitán De la Cruz respondía con ametralladora al fuego de sus atacantes, defendiéndose, al tiempo que trataba de proteger a su jefe.

Los dos Antonio, Imbert y De la Maza, tirados sobre el pavimento, solicitaron a Estrella Sadhalá y García Guerrero que los cubrieran, ya que tratarían de acercarse al carro de Trujilllo con el propósito de terminar rápidamente el enfrentamiento, que, según consideraban, se estaba prolongando demasiado.

De la Maza logró deslizarse por el pavimento hasta posicionarse detrás del vehículo de Trujillo, mientras que Imbert lo hizo por la parte delantera. La intensidad del tiroteo aumentaba cada vez más cuando, de repente, De la Maza, después de haberle disparado otra vez al tirano, gritó: “¡Tocayo, va uno para allá!”.

El tiro de gracia al Jefe

En medio de la lluvia de proyectiles, los atacantes del Jefe no se percataron de que el chofer de éste había cesado de disparar, replegándose hacia la maleza, mientras que Imbert sí pudo notar que una persona, evidentemente mal herida, se tambaleaba frente al vehículo en donde minutos antes se encontraba el hombre más poderoso del país. Era Trujillo, cuyo metal de voz Imbert dice haber reconocido, pues el dictador naturalmente se quejaba de las heridas recibidas o profería palabras que en ese momento resultaron ininteligibles.

Un certero disparo de Imbert, que Trujillo recibió en el pecho, detuvo su marcha, desplomándose estrepitosamente a casi tres metros de distancia de su atacante. En ese preciso instante, Antonio de la Maza, a la velocidad de un rayo, emergió de la oscuridad de la noche aproximándose al cuerpo del dictador –que yacía sobre el pavimento “boca arriba, con la cabeza en dirección a Haina”– y le descerrajó un tiro de pistola en la barbilla, al tiempo que exclamó: “¡Este guaraguao no come más pollos!”. En cuestión de minutos Trujillo estaba muerto y desde entonces es parte de la historia.

En noviembre del 1960, Guido (yuyo) D’alessandro le pidió a los que planeaban matar a Trujillo con explosivos, que esperaran estar armados

Otro grupo de hombres que no era el del 30 de mayo planeaba aniquilar al tirano Rafael Leónidas Trujillo seis meses antes de que se produjera su muerte a tiros en una emboscada. El plan consistía en hacer explotar dinamita en la avenida Máximo Gómez, por donde el Jefe pasaba todas las noches.

La trama no se materializó porque Guido D’Alessandro (Yuyo), uno de los conjurados en ese intento de acabar con la dictadura, le propuso al grupo postergar la acción hasta que llegaran las armas que amigos de Venezuela y Puerto Rico habían prometido (noviembre del 1960), pero nunca llegaron.

“Yo les dije eso, pero en realidad no quería que se sacrificara tanta gente… ¡Iba a morir mucha gente! Ellos estuvieron de acuerdo con esperar las armas y yo escondí las bombas en la parte de debajo de los gabinetes de la cocina de mi casa, ¡sacrificando a mi familia! Mi esposa y mis hijos estaban ahí; los niños tenían uno, dos, tres y cuatro años de edad.

Eran unas cien bombas”. Yuyo relata que su hermano Armando D’Alessandro tenía contactos con Ramón Augusto Sánchez (Moncho) y Segundo Imbert, otros conjurados, y que logró que ellos tuvieran contacto con Manolo Tavárez Justo y se pusieran de acuerdo para que la muerte de Trujillo no se hiciera sin la coordinación de los miembros del Movimiento 14 de Junio.

Las armas

“Moncho era socio de la cementera y la dinamita estaba ahí. Moncho y Armando eran compadres. Manolo habla con mi hermano Armando y éste con Moncho, quien habló con los demás para que aguantaran los planes hasta que llegaran las armas. Manolo entra ahí a tener una participación en el plan para matar a Trujillo”, precisó.

Pero en enero del 1960 el Movimiento 14 de Junio es denunciado y se inicia la cacería de sus miembros a partir del día 10 de ese mes, siendo apresados y torturados la mayoría, y muchos de ellos resultaron muertos.

“En febrero se llevan preso a Manolo Tavárez. Nosotros nos enteramos porque Ramfis llama a mi mamá y le dice: ya tenemos al líder del Movimiento preso, y ella le pregunta ¿Quién es? y le responde: tu hermanito Manolo Tavárez, y ella le contesta, pero tú sabes que nosotros no tenemos relaciones con ellos. ¡Qué le iba a decir la pobrecita….!”.

En seguida la señora llama a su hijo Yuyo quien estaba reunido con sus amigos del Movimiento, entre ellos Leandro Guzmán, Pipe Faxas y Rafael Francisco Bonnelly, y le advierte del peligro. Deciden entonces investigar si el Movimiento había sido delatado regionalmente o en todo el país.

“Cuando vinimos a ver ya estaban casi todos cogidos”, lamenta el sobrino de Manolo Tavárez Justo.

Yuyo incurrió en el error de volver a la Base de San Isidro (Ramfi s estaba en París en ese momento) a preguntarle a su amigo Tunti Sánchez sobre la suerte que correría su tío Manolo y éste le advierte nueva vez que no se meta con Trujillo. “Bueno Yuyo, el que está metido en ese Movimiento se jodió, que se entierre debajo de la tierra.

Y de tu tío olvídate, que lo van a fusilar”. “Presumo que Tunti sabía que yo estaba en la lista y le dijo a Johnny Abbes (jefe del temible Servicio de Inteligencia Militar –SIM–), que le dejaran mi caso a él –porque me dejó ir–. Ya yo no necesitaba más consejos y decidí salir del país”.

Para el exilio

Yuyo advirtió del asunto a sus amigos y junto con su hermano Armando D’Alessandro pidió exiliarse en la embajada de Italia, donde se lo negaron porque ese país aún no había fi rmado el acuerdo para eso, pero lo protegió de manera clandestina con la familia Cavagliano, en solidaridad, sin ningún tipo de garantía.

Armando regresó a su casa y fue hecho preso luego. “Estando yo en el extranjero, denunciando ante la OEA los abusos que se cometían en mi país, matan a mi hermano Aldo D’Alessandro en venganza por mi desaparición y denuncia. Lo cogieron preso por alegado exceso de velocidad y lo mataron en la cárcel”.

“Yo llegué a Puerto Rico en el barco Victoria. Llegué de polizonte ayudado por los Cavagliano. Ellos investigaron que al mediodía los militares se iban a comer y a beber y dejaban a los colectores de aduanas vigilando la embarcación, momento en que pude entrar como turista, disfrazado, teñido de rubio colorao y con patillas, con camisa de fl ores, mangas cortas, y al otro día salí como tripulante”.

En Puerto Rico dice que le pusieron cuatro policías cada 12 horas, ocho agentes, y poco a poco se recuperó y luego lo ayudaron a participar en una sociedad automotriz que vendía los autos Fiat. Yuyo era representante de esa marca de vehículos en la “Ciudad Trujillo”.

En el exilio se encontró con Mario Read Vittini, Alfonso Moreno Martínez y Caonabo Javier Castillo. Estaban presentes Juan Bosch, Ángel Miolán, Juan Isidro Jimenes, Juancito Rodríguez, Horacio Julio Ornes Coiscou y los representantes del 14 de Junio que salieron para Brasil y Caracas. Estaba también Tomasina (Sina) Cabral, considerada heroína por haber estado en la cárcel de tortura La 40 y haber sobrevivido al régimen.

Fabricando un presidente

“Allá en el exilio, cuando fuimos a la reunión de Caracas, con el grupo del 14 (el grupo viejo), ellos nos proponían que se hiciera una invasión a Dominicana y que luego se implantara un fi – deicomiso (traspaso de dinero, bienes o derechos) a cargo de Venezuela, Costa Rica y Colombia. Bosch pediría ayuda a Estados Unidos”.

Yuyo detalla que en el exilio se estaba aprobando que se organizara una invasión de cuatro países con el apoyo de ellos para traer a Bosch, a Juan Isidro Jimenes Grullón o a Juancito Rodríguez como Presidente.

Se quería derrocar a Trujillo e instalar un nuevo gobierno y el compromiso era que el que fuera presidente tenía que ayudar a los países de América bajo regímenes dictatoriales.

No se dio porque no se pusieron de acuerdo. “Mi casa era una prisión debajo del SIM. Mi mamá iba a llevarle comida a Aldo, quien compartía celda con Ramón Augusto Sánchez (Moncho) y Segundo Imbert.

Andito le dijo a mi mamá que lo hicieron fi rmar una carta por la condonación de su pena y mamá solicitó una copia. Cuando se la llevó a Trujillo le dijeron que quizás él se fue, igual que yo, para el extranjero, ¡pero estaba muerto….! Lo mató Pechito (Luis José de León Estévez).

En el baúl de los recuerdos de Guido D’Alessandro también está el momento en que le contaron que al conjurado Juan de Dios Ventura Simó lo pusieron a comer carne de los compañeros de la invasión de Constanza, Maimón y Estero Hondo y después lo torturaron y mataron. Para él, esa fue una de las torturas más grandes y lamentables del régimen de Trujillo.

Igualmente cita que: “El problema grande de Ramfi s conmigo se produjo cuando se enteró de que participé en una reunión en la capital con un grupo selecto de valientes hombres que pretendían derribar al régimen. Entre ellos estaban Ramón Cáceres Troncoso, Manolito Vaquero y Rafael Francisco Bonnelly, y organizamos el comité del Movimiento 1J4. Yo puse a Manolo en contacto con la clase alta de aquí porque ya yo estaba dispuesto a todo”.

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