Presidente Medina: no acepte esa aventura de la reelección

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He escrito que si Danilo Medina acepta la locura de embarcarse en un proyecto de reforma constitucional para habilitar su repostulación –la reelección es otra cosa- se va a convertir en una caricatura mal figurada de Hipólito Mejía.

Leonel Fernández ha gobernado por tres períodos, pero salvo la compradera de cédulas del año 1996 en contra de Peña Gómez (la que conozco perfectamente y a sus ejecutores), se puede afirmar que los demás procesos los ganó legalmente.

En beneficio de Leonel hay que decir que contrario a Hipólito, nunca hizo cambiar la Constitución para reelegirse. Hipólito sí lo hizo y perdió.

Si Danilo apoya hacerlo se transformaría en una caricatura de Hipólito y a pesar de la extraordinaria popularidad que tiene hoy, correría el riesgo de quedar sepultado porque la gente que lo admira perdería su encanto si él se lleva de dos ministros que le quieren presentar una chichigua para correr la aventura de romper el orden constitucional y su talante de hombre respetuoso del ordenamiento para transformarse en un oportunista que quiere el poder desde el poder a cualquier costo.

A Juan Bosch lo derrocaron por dos motivos esenciales: porque no aceptó la “directiva” de Estados Unidos de exiliar o encarcelar a los “comunistas” dominicanos y porque hizo aprobar una Constitución (abril de 1963) que prohibía en forma expresa la reelección presidencial a la par de que dejaba intacto el liderazgo militar trujillista campeando sobre una cultura de subordinación casi general, que finalmente obró contra él y reprimió las ansias de libertad del pueblo dominicano. Naturalmente, todo eso aparte de sus pobres conocimientos para liderar el desarrollo socio-político del país.

Ahora, los recién llegados al partido de Bosch (PLD), no sus fundadores (que en paz descansen Cheché Luna y Juan Sosa, entre otros),  vienen a rumiar al poder para desde él – sin cumplir con sus responsabilidades como ministros- hundir el liderazgo de Danilo a cambio de su desenfrenado afán de monopolizar el poder, y sobre todo, el erario.

Los oligarcas confabulados con los procónsules norteamericanos derrocaron a Bosch el 25 de septiembre de 1963 para impedir el proceso democrático que él mismo había perfilado como de alternabilidad democrática –no reelección- y honestidad en el manejo de los fondos públicos –no ladrones en el gobierno-.

Fue un atentado manifiestamente militar y ocultamente político contra la Constitución y el Presidente que la encarnaba, y el gobierno se fue abajo y su “líder” salió al “exilio” en el territorio ocupado (Puerto Rico) del Imperio que lo derrocó.

El escenario conspirador de ahora es de factura nacional: unos ministros que nadie los conoció en las batallas por la libertad y la democracia, revestidos de poder, quieren llevar al presidente Danilo Medina a “forzar” sexualmente la Constitución para –traje a la medida- ilusionarlo de que gana cómodamente las elecciones, cuando en realidad lo hundirían los enemigos políticos externos y los “compañeros” internos. Son verdaderos jornaleros de la conspiración contra la Constitución para intentar satisfacer su sed bebiendo en el erario.

Es el mismo forcejeo de los “ingenieros constitucionalistas” que quisieron empujar a Leonel a que hiciera cambiar la Constitución en 2011 para restituir la repostulación y cerrar el camino al mismísimo Danilo Medina que supuestamente no tenía “encanto” y conduciría al PLD a la derrota. Otra vez, Leonel no aceptó. ¿Danilo va a aceptar?

Solo hay una duda que debe despejarse o se confirma para mal: El presidente Medina ve a sus funcionarios más cercanos desatendiendo sus responsabilidades elementales para dedicarse y utilizar recursos a promover su prohibida reelección y no los desautoriza, ni los destituye. ¿Cuál es su mensaje?

Presidente Medina: no acepte esa aventura. Ponga en su puesto a esos funcionarios y espere –si quiere- su tiempo en el calendario legal que establece la Constitución para volver a ser Presidente con el favor de la mayoría del pueblo y en estricto apego a la Constitución. Lo demás sería negocio y politiquería, dos conceptos que nunca he logrado distinguir la diferencia. ¡Que el tiempo –ese dios menos poderoso, pero más real- lo ilumine! Autor: Felipe Ciprián

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