Los bandos en la guerra, y el balance de poder

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Por: Alexander Pérez

Una de las mentes más brillante de la política exterior de los Estados Unidos, Henry Kissinger ha publicado un análisis de la crisis en Ucrania, desde un punto de equilibrio, que bien merece que las partes en pugna tomen en cuenta antes de continuar con las hostilidades.

El ex secretario de Estado de los Estados Unidos, luego de hacer un recuento de los lazos histórico entre ambos pueblos, trae una importante reflexión del porqué el conflicto carece de asidero, y cuál debería ser el destino de Ucrania para evitar que se repita en el futuro.

Inicia su reflexión en The Washington Post con esta observación: “En mi vida he visto cuatro guerras comenzadas con gran entusiasmo y apoyo público, todas las cuales no supimos terminar, y de tres de las cuales nos retiramos unilateralmente. La prueba de la política es cómo termina, no cómo comienza”.

Luego añade: “la cuestión de Ucrania se plantea como un enfrentamiento: si Ucrania se une al Este o al Oeste. Pero para que Ucrania sobreviva y prospere, no debe ser un puesto avanzado de ninguno de los lados contra el otro, debe funcionar como un puente entre ellos”.

El intelectual y político estadounidense en su análisis advierte que, para superar el conflicto, “Rusia debe aceptar que tratar de forzar a Ucrania a convertirse en un satélite y, por lo tanto, mover las fronteras de Rusia nuevamente, condenaría a Moscú a repetir su historia de ciclos autocumplidos de presiones recíprocas con Europa y Estados Unidos”.

Mientras, que a Occidente (EE.UU.) le señala que debe entender que, para Rusia, Ucrania nunca puede ser simplemente un país extranjero, porque la historia rusa comenzó en lo que se llamó Kievan-Rus”. A seguidas, le amplía: “La Flota del Mar Negro, el medio de Rusia para proyectar poder en el Mediterráneo, tiene su base en arrendamiento a largo plazo en Sebastopol, en Crimea. Incluso disidentes tan famosos como Aleksandr Solzhenitsyn y Joseph Brodsky insistieron en que Ucrania era una parte integral de la historia rusa y, de hecho, de Rusia”.

Kissenger plantea un alto al fuego partiendo que Europa debe ser la más interesada en este aspecto: “Tratar a Ucrania como parte de una confrontación Este-Oeste hundiría durante décadas cualquier posibilidad de llevar a Rusia y Occidente, especialmente Rusia y Europa, a un sistema internacional cooperativo”.

Luego plantea que Estados Unidos debe tomar en cuenta que a lo interno de Ucrania hay dos polos de poder, que mantienen posturas inflexibles, que en el fondo es lo que provoca el conflicto: “Una política sabia de EE. UU. hacia Ucrania buscaría una manera de que las dos partes del país cooperen entre sí. Debemos buscar la reconciliación, no la dominación de una facción”.

El también arquitecto de la paz en la guerra de Vietnam, recomienda que Ucrania no forme parte de la OTAN, y que, por el contrario, se le permita elegir libremente su destino. A Rusia y EE.UU. les señala: “Rusia no sería capaz de imponer una solución militar sin aislarse en un momento en que muchas de sus fronteras ya son precarias. Para Occidente, la satanización de Vladimir Putin no es una política; es una coartada para la ausencia de uno.

Putin debería darse cuenta de que, cualesquiera que sean sus quejas, una política de imposiciones militares produciría otra Guerra Fría. Por su parte, Estados Unidos necesita evitar tratar a Rusia como un aberrante para que le enseñen pacientemente las reglas de conducta establecidas por Washington”.

Rusia es el país más grande del mundo con 17,098,242 km²; con una economía de 1,5 billones de dólares, (tan solo el 7 % del PIB de los EE.UU.), que justo es reconocer tiene sus intereses geoestratégicos. Sin embargo, involucrarse en un conflicto militar, que bien pudo haber sostenido por la vía diplomática y política, es un acto de soberbia, que podría empujarle a pagar un costo muy elevado, como le sucedió a la extinta Unión Soviética con la Guerra Fría.

Sobre Ucrania están cayendo bombas de fuego, que están demoliendo las infraestructuras, pero Rusia arde en medio de un derrumbe económico que ha empujado el rubro a una caída del 30% de su valor; las bolsas de valores hacen más de una semana que no abren, y continúa la fila de grandes empresas globales que están cerrando en ese país, lo que ha llevado a que la deuda rusa se cotice como “bono basura”.

El presidente Vladimir Putín se ha quedado “como el Coronel, que no tiene quien le escriba”, porque solo ha recibido apoyo de algunos países dominados por férreas dictaduras, o exportadores de yihadismo islámico.

Si el gobernante ruso hubiera impulsado sus reclamos por la vía política y diplomática, hoy es seguro que tuviera un aluvión de adhesiones que pusiera a Washington a repensar la situación y buscar un punto de avenencia que balanceara intereses en la Eurasia.

Pero si como dice Paul Krugman, en un artículo que escribió en el The New York Times, el mundo sobrestimó la capacidad económica y militar de Rusia, entonces, es probable que la guerra concluya y esas aspiraciones de un balance de poder en la zona que hace ex canciller Kissenger, no prosperen, y esa basta nación pierda dos veces.

Vencido militarmente en la guerra, y políticamente en sus pretensiones de recuperar los niveles de influencia que una vez tuvo, y que la Guerra Fría se llevó, cual si fuera un agujero negro cuando absorbe una extensa y candente estrella en el espacio.

Un final de esta magnitud no sería bueno para el mundo, porque la OTAN se fortalecería desde el punto de vista político y militar, se haría invencible; impondría las reglas de juego, y probablemente embista sin reparos a sus enemigos, sin importar que sean grandes o pequeños.

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