“El corrupto es un antisocial que no maneja remordimiento”

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La literatura y la psiquiatría se han ocupado de llevarlo desde el cine, teatro y novela. Pero la cotidianidad, la familia y la pareja lo han tenido que olfatear, obsérvalo y hasta sufrirlo producto de la vergüenza. Lo que a veces dificulta la diferencia es, establecer el verdadero móvil.

En la corrupción hay planificación, estado de conciencia del objeto robado y de su utilidad. El corrupto es un antisocial que no maneja remordimiento, ni culpa; su robo es planificado, organizado, suele tener cómplice que le cubren la espalda; diría que saben cómo hacerlo para no tener implicaciones judiciales; más bien, lo hacen en grupo o camadas como los lobos para protegerse.

En la cleptomanía existe un descontrol de los impulsos, no hay planificación, ni la valoración del objeto sustraído, ni el significado económico, ni el sentido de utilidad. El cleptómano actúa de forma improvisada, sin valorar el riesgo y las consecuencias en ser sorprendido y sin cómplices que le guarden las espaldas.

En ellos, los cleptómanos (as) existe una fuerte tensión y obtención que suelen liberar cuando se llevan el objeto, que puede ser un dulce en un supermercado, una decoración de una mesita, la cucharitas del café o té, algo insignificante pero se lo lleva sin sentir vergüenza siempre y cuando no sea descubierto. La cleptomanía es más frecuente en mujeres, una de cada mil personas y afecta menos del 5% de los ladrones de tienda; no tiene clase social predilecta, ni profesión. Es un trastorno que empieza en la adultez y llega hasta la vejez. La familia, los hijos y la pareja sufren y sienten vergüenza cuando hay que devolver el dulce o las galletitas que se llevó la abuela sin pagar. Sin embargo, se deprimen, se angustian y sienten resaca moral. “De verdad que nunca quise hacerlo” “prefiero morirme doctor”, las cleptómanas sufren mucho y aceptan fiscalización y control para no repetir la acción.

El corrupto es un recurrente que se hace patológico en la corrupción; es habilidoso, hábil, inteligente, astuto, cínico, manipulador y de apariencia sana. La corrupción es más frecuente en hombres, empieza en la adultez temprana y continua hasta la vejez.

Los amigos, familiares y grupos sociales saben que es corrupto, pero le toleran, lo validan, le reconocen, le acogen y le protegen. En la corrupción se desconocen los límites, no existe reseca moral ni angustia existencial.

La corrupción se tolera en el ambiente familiar y grupal, siempre que el corrupto con su conducta beneficie, comparta sus hábitos y costumbres; entonces, es percibido como algo normal, sin capacidad de asombro y sin sistema de consecuencia.

Al cleptómano le buscan ayuda psiquiátrica y psicológica. Al corrupto no. El cleptómano acepta programas psicoterapéutico para controlar los impulsos, modificar la conducta, poner límite, hacer distanciamientos conductuales positivos, y hasta decir, “tengo un problema de cleptomanía y asisto a un grupo terapéutico.

Eso, mis amigos, nunca se lo he echando a un corrupto; no conozco el primero arrepentido, dejando la política, los espacios de poder debido a que se convierten en espacio de riesgo y de vulnerabilidad para recaída de volver a robar, cosa entendida como anti-valor, anti-ético, Inhumano, perverso y de referencia negativa para las demás personas.

Las cositas que se llevan los cleptómanos no le hacen daño al PIB, ni afectan educación, ni salud, ni al desarrollo social. La corrupción genera pobreza, inequidad y modelo desigual, pero también genera más corrupción, crimen organizado, sicariato, comercio ilegal, tráfico de influencia, compra de personas y de la justicia, del Estado y de grupos privados.

El cleptómano no frena el desarrollo ni se agrupa para generar más delincuencia. La psiquiatría, la literatura han expuesto las diferencias. Autor: José Miguel Gómez (psiquiatra). Tomado de Hoy.com

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